La odisea de los docentes para solicitar licencia por covid-19

30.3.2021

Por Camila Martínez

Preguntas insólitas, aplicaciones poco accesibles y la incertidumbre de que nieguen, a pesar de presentar todo lo solicitado, el derecho a cobrar los días de ausencia laboral.

La presencialidad trajo consigo una mayor visibilidad de las falencias estructurales que el sistema de educación pública arrastra hace décadas. Los recortes de presupuesto y las reformas cosméticas afloran en un contexto que, como nunca antes, expone la salud de trabajadores de la educación, estudiantes y familias.
Las clases comenzaron con serias dificultades: ausencia de espacios aptos para una presencialidad cuidada (amplios y ventilados), escasez de recursos e insumos sanitarios (como alcohol en gel y el acceso al agua potable) y falta de personal (aún hay cientos de niños sin docente) son algunas expresiones de esta vuelta a clases apresurada e improvisada, en la que prima el marketing electoral de Larreta y Acuña.
En este marco, los casos de covid-19 entre docentes, estudiantes y familias no cesan y, por ende, el aislamiento de “burbujas” tampoco. Es aquí donde el protocolo, en lugar de aportar un mínimo de certezas entre tanto caos, genera todo lo contrario. Y la aplicación “MIA”, necesaria para tramitar dicha licencia, entorpece aún más la gestión.
Como si esto fuera poco, todo esto suele darse en un ambiente de preocupante y llamativo hermetismo que lleva a muchos trabajadores a denunciar de manera anónima la situación que viven en su escuela.

En primera persona

Una docente de una escuela secundaria nos cuenta su experiencia: “Debí tramitar la licencia por un contacto estrecho con una estudiante contagiada. Me llevó de las 8:30 a las 17:30 del lunes y 24 horas después aún no me había llegado la aceptación del engorroso trámite que debí encarar. ¡La aplicación “MIA” que debemos bajar es un verdadero infierno! Se cuelga, te pide tener datos, Sistema Android 5.1, mucha memoria en el celular y no habilita otra manera de acceso. Además, debí ceder información personal y para lograr que me den la dispensa, o sea trabajo remoto por caso de coronavirus, debía tener los datos de la estudiante: DNI, apellido y nombre completos y… ¡su número de celular! Todo esto debí averiguarlo por mi propia cuenta”.
Y agrega: “Sumado a eso debí bajarme un PDF (declaración jurada), imprimirlo para luego completarlo manuscrito y firmarlo. Debes colocar datos que no conoces sobre el caso (por ejemplo, si la persona tiene o no síntomas) y subir la imagen a la aplicación. A partir de ahí tenés que esperar si te aceptan la licencia o te descuentan los días de aislamiento. Lo peor es que debes “auto incriminarte”: tres de cuatro preguntas a responder están vinculadas con tu cumplimiento o no con el protocolo. A seis días, todavía no me confirman si está otorgada la licencia”.
Patricia, docente de Nivel Inicial, aporta una experiencia más que preocupante: “Fui cinco días a la escuela a dar clase y enfermé de covid-19. Inicié con síntomas el 2 de marzo. Terminé internada con neumonía. Volví a mi casa con marcas en el cuerpo por la internación como si me hubieran dado una golpiza, múltiples inyecciones diarias, extracciones, vía, oxígeno. La licencia por enfermedad en el sistema informático MÍA, que implementó hace poco el Gobierno de la Ciudad para docentes y empleadxs estatales, dice ´Rechazada’”.
“Con el cuerpo destruido tuve que estar lidiando con un reclamo administrativo para intentar evitar que me descuenten los días que estuve internada. Los teléfonos de atención al afiliado de Obsba, la obra social de estatales de la Ciudad, no atienden. Cuando empecé con síntomas llamé a emergencias, prometieron que irían a mi domicilio en 72 horas a hacerme el test. Nunca fueron. Reclamé numerosas veces, hasta que después de 6 días consecutivos de fiebre tomé la decisión de ir a hisoparme al Hospital Ramos Mejía”, señala.

El mundo del revés

La advertencia de una docente aislada es clave: “La escuela se desentiende y el trámite debo presentarlo como particular interesada, es decir que no es obligatorio. ¿Quién va a querer hacer tremendo trámite por dos pesos con cincuenta y con tantos palos en la rueda? Esto se complicará demasiado. La verdad, la salud y la vida deberían ser prioritarias. En la Ciudad más rica de Latinoamérica, los docentes no somos esenciales. Atrás quedaron las palabras de Saint Exupery “lo esencial es invisible a los ojos”, afirma.
En un contexto de alza de casos y de una paradójica flexibilización en los protocolos escolares por parte de la ministra de Educación porteña, Soledad Acuña, cabe preguntarse si esta ineficiente y engorrosa modalidad de licencias laborales pone aún más en riesgo nuestra salud. ¿Qué docente se arriesgaría a perder un gran porcentaje de su magro salario por una pésima gestión administrativa del Estado? ¿Cuántos de ellos se presentarán a trabajar igual por miedo a no llegar a fin de mes?
Somos los trabajadores de la educación quienes ponemos el cuerpo para sostener esta presencialidad que, si no fuera por el esfuerzo y la organización de la comunidad educativa de las escuelas, lejos estaría de ser cuidada. En muchas de ellas tomaron nota y construyeron Comisiones de Seguridad e Higiene para debatir y definir lineamientos de cuidado y protección entre todos, incluso con participación de especialistas que ayudan en dicha tarea. Un ejemplo a seguir ante la indiferencia de una ministra más preocupada por su imagen que por las condiciones de las escuelas que administra. La salida, una vez más, es desde abajo.

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