El bar de la esquina: triste y penoso final
21.6.2021
Por Eduardo Lucita
«Se puede pensar que es uno de los 25 mil locales vacíos que ha dejado la crisis sanitaria-económica que estamos atravesando. Y es así, pero al mismo tiempo no lo es para muchos de los que habitamos estas cuadras. Es que allí funcionaba desde hace añares el bar que formalmente llevaba el original título de La Esquina, así al menos estaba estampado en sus vidrieras, pero popularmente conocido como el bar del ‘Gallego Sergio’. El bar del Gallego no resistió la cuarentena y sus efectos económicos. La pandemia pudo más que las numerosas crisis que atravesaron el país, el barrio y esa esquina en los más de 50 años que lo regenteó Sergio. Pasará todo esto y llegará un tiempo en que volverán los abrazos, las juntadas en algún bar o en la misma esquina, el disfrute de compartir las alegrías y penas futboleras. Pero habrá que poner mucho empeño para reparar los daños causados por este tiempo que nos toca malvivir. Habrá que esforzarse para superarnos, volver a socializarnos y recuperar la esperanza colectiva».
Triste y penoso final
Quién por estos meses haya transitado por esa extraña esquina conformada por las calles Villarroel y Bompland, pero que mucha gente la confunde con Av. Dorrego que también confluye en ese punto, que por otra parte es el límite entre los barrios de Chacarita y Villa Crespo, habrá notado un local vacío, prácticamente abandonado, con sus veredas y persianas llenas de tierra y su interior oscuro y sucio. Se puede pensar que es uno de los 25.000 locales vacíos que ha dejado la crisis sanitaria-económica que estamos atravesando. Y es así, pero al mismo tiempo no lo es para muchos de los que habitamos estas cuadras. Es que allí, funcionaba desde hace añares el bar que formalmente llevaba el original título de La Esquina, así al menos estaba estampado en sus vidrieras, pero popularmente conocido como el bar del “Gallego Sergio”.
De un día para el otro desaparecieron las mesas y sillas, por cierto bastante deterioradas, en los escaparates ya no destacaba aquella nutrida colección de botellas en miniaturas, con sus etiquetas tapadas con la tierra y grasa de tantas décadas que había que adivinar su procedencia. Ya no se alcanzaba a ver la tenue luz de la desvencijada heladera-mostrador, menos aún la del exhibidor de bebidas (el plural es un decir porque solo había cervezas). Y lo peor: a Sergio no lo volvimos a ver.
Es que el bar del Gallego no resistió la cuarentena y sus efectos económicos. La pandemia pudo más que las numerosas crisis que atravesaron el país, el barrio y esa esquina en los más de 50 años que lo regenteó Sergio. Pero no fue el Epoc (enfermedad pulmonar de obstrucción crónica), que el Gallego ostentaba con cierto orgullo, que cada tanto lo sacaba de juego y cuando regresaba a sus tareas lo hacía con un inevitable cigarrillo entre los labios y un gesto de impotencia. No fue la enfermedad del Covid-19 facilitada por sus deteriorados pulmones lo que llevó al Gallego a cerrar el bar. El no se contagió pero sí sufrió el contagio de la crisis económica y el cierre obligado por el confinamiento.
Los parroquianos que lo frecuentábamos, que alguna vez bauticé en una nota como El club de los No Ganadores, todos habitantes de calles aledañas al bar, que cotidianamente nos reuníamos allí al atardecer a comentar de fútbol, de política o de cuanta cosa surgiera, nos quedamos sin punto de encuentro. Fue un golpe bajo, una dolorosa sorpresa que, sin embargo, vista desde hoy, no fue otra cosa que el momento culminante, de un final esperado. Final largamente anunciado y no solo por las recurrentes crisis respiratorias que acompañaban al Gallego desde hace años y que solían tener cerrado el boliche durante varios días, sino porque la feligresía parroquiana se había ido desmembrando.
Comenzando por el profesor. Aquel sesentón de cara colorada, radical antiperonista, hincha de River, que cotidianamente era el primero en llegar, se acodaba en el extremo derecho del mostrador, pedía su infaltable cerveza y encendía un cigarrillo, se volteaba mirando al salón y estaba ya listo para parlamentar. Era bastante culto, adherente a las referencias históricas y a la etimología de las palabras. Cuando surgía un discusión de inmediato pelaba el celular y recurría al google para confirmar o no sus aseveraciones. Ocurrió que lo operaron del corazón, salió bien de la intervención quirúrgica, regresó a la casa pero una infección pudo más que él. Fue la primer e inesperada pérdida irreparable.
En el otro extremo del mostrador solía acodarse un personaje algo indescifrable, hincha de Independiente y anti kirchnerista informado, que según decía, supo tener un pasado de cierta opulencia, viajes a Nueva York y demás, pero que ahora conducía un camión que transportaba mercaderías varias. Por su aspecto general, no le iba muy bien. De pronto dejó de asistir a esa cita diaria, cuando pregunté por él resultó que el Gallego lo había echado porque ahí tomaba su cerveza diaria al fiado y Sergio se enteró que en otros bares de la zona pagaba al contado. No se lo volvió a ver.
Poco tiempo después falleció el otro Sergio, el que atendía un puesto de venta de antigüedades (en realidad cosas viejas) en Plaza los Andes, aquel que durante años fuera pareja de una suiza adinerada que lo paseó por el mundo hasta que a la mujer se le acabó la paciencia y cayó en la desgracia y casi la indigencia. Cuando yo ingresaba al bar solía abrir los brazos y entonaba las primeras estrofas del himno anarquista. Un cáncer se lo devoró en pocos meses.
Otro de los grandes animadores de los debates e intercambios diarios, hincha de San Lorenzo y kirchnerista fanático, tenía un negocio de antigüedades en una rara esquina a metros del bar, en la que nos reuníamos sobre todo los fines de semana a escuchar buena música, porque entre las cosas que vendía tenía una gran colección de discos de pasta, algunos casi incunables de jazz, rock, tango y folklore. Pero la crisis hizo insostenible ese tipo de negocios por lo que mutó a vendedor de alimentos balanceados para perros y gatos. Tuvo que cambiar los horarios de atención y su paso por el bar ya no coincidía con los demás miembros de aquella cofradía. Con el agravante que en el nuevo negocio hay clientes en forma permanente que compran de a 100 o 200 gramos, y uno no se puede allí estacionar a charlar.
Para colmo dos cuadras más adelante sobre Dorrego funcionaba un bar, mucho más moderno y limpio que el de Sergio, también acogedor que quedó como alternativa. La crisis también se lo llevó puesto. En la esquina opuesta al bar del Gallego, Villarroel y Fitz Roy, está el bunker bohemio, un sitio donde sesiona una parte de la barra del club, que se identifica como Atlanta Popular y son los que fidelizan al barrio con sus murales azul y amarillo. Allí desde que comenzaron a jugarse los partidos sin público nos juntamos cada vez que juega Atlanta, se saca la TV a la calle, se ponen sillas y según la envergadura del partido nos juntamos 15, 20 y hasta 30 que gozamos y sufrimos según los avatares del juego y el resultado final. Allí vivimos una noche apoteótica cuando al inicio de este año ¡¡le ganamos a Chacharita en su cancha y con dos hombres menos!! En este 2021 nos va bien, hasta la fecha 10 éramos punteros e invictos, en la 11 perdimos las dos condiciones. La segunda ola de la pandemia fue implacable también con esas juntadas futboleras. Las tuvimos que cancelar y ahora cada uno ve el partido en su casa. Los goles, los triunfos y los insultos se comparten por wasap.
Desde entonces los parroquianos que quedamos y los hinchas del sufrido Atlanta extrañamos el bar del Gallego y el bunker bohemio. Deambulamos por las calles sin tener un palenque ande quedarnos, nos cruzamos en las esquinas o en mitad de cuadra, conversamos rápidamente sin quitarnos el barbijo y manteniendo la distancia, el saludo es con el puño y la despedida con un lacónico “cuidate”, cada tanto alguno saca un frasquito con alcohol rebajado y te ofrece fumigarte las manos.
La crisis sanitaria y económica que nos azota nos cortó así todas las instancias de socialización que fuimos construyendo en el barrio. Pasará todo esto y llegará un tiempo en que volverán los abrazos, las juntadas en algún bar o en la misma esquina, el disfrute de compartir las alegrías y penas futboleras. Pero habrá que poner mucho empeño para reparar los daños causados por este tiempo que nos toca malvivir. Habrá que esforzarse para superarnos, volver a socializarnos y recuperar la esperanza colectiva.