A cinco años del delirante ataque al Borda

26.4.2018

Por Sergio Zabalza

Hace cinco años, un 26 de abril, cientos de policías ingresaron en el predio del Hospital Interdisciplinario Psicoasistencial José Tiburcio Borda y la emprendieron a balazos contra paciente, médicos, trabajadores, periodistas y legisladores. Realidad y fantasía se confundieron durante varias horas en que la sombra de un pasado ominoso insinuó cubrir los espíritus. No hay antecedentes de un hecho de similares características en ningún hospital del mundo, por lo menos en países gobernados por autoridades surgidas del voto popular. No fueron barrabravas, delincuentes, ni matones, fue la policía que dice proteger a la ciudad de Buenos Aires, capital de nuestro país. En su momento, los responsables políticos adujeron que la fuerza actuó así para defenderse. Algo parecido a lo que acostumbra manifestar la ministra de seguridad de la Nación cada vez que las fuerzas de seguridad cometen un atropello. Ahora bien, el 26 de abril de 2013 es la fecha que incorpora el recurso de la represión policial dentro de la política de Salud Mental de nuestro país. Aquel ataque camina junto al uso punitorio del electroshock, la medicalización de la atención, la desaparición de la práctica clínica, la tendencia al encierro, las auditorías continuas, la cancelación de servicios, la limitación de plazas para residentes y concurrentes, el flagrante incumplimiento de la ley de Salud Mental y agrega un nuevo componente: el terror en la polis. Es que, como digno anticipo de la actual política de exclusión, aquellas balas en un hospital psiquiátrico testimoniaban ya un salto cualitativo en el intento disciplinante ejercido sobre el cuerpo social. De la misma forma que el cínico procedimiento discursivo destinado a negar lo evidente (hambre, promesas incumplidas, desempleo, etc.) hoy resulta enloquecedor para cualquier oreja poco advertida. Los pacientes que albergan las salas de internación de los hospitales de esta ciudad conocen el terror. Se trata de personas que no han podido evitar un encuentro con lo real, esas primeras huellas que el entorno imprime en el cuerpo del viviente, si bien luego atemperadas y veladas por los cuidados del Otro primordial, por lo general: la madre. Cada tanto, los avatares de la vida hacen emerger esos rastros ominosos. Todo depende de la respuesta que el sujeto brinde a las fantasías persecutorias que lo acechan. Están quienes, por diversas razones –recursos disponibles, circunstancias del entorno o simplemente la contingencia–, quedan sumidos en la perplejidad a causa de la intensidad de aquellas huellas tempranas. El sentido común los llaman locos y durante siglos se los encerró para que sus inquietantes terrores no despertaran los fantasmas que habitan de este lado del muro. El 26 de abril de 2013, no obstante, es la fecha en que las cámaras de televisión atravesaron los muros para registrar el retorno de los fantasmas más ominosos de esta sociedad. Por eso, no es casualidad que el lugar elegido haya sido un hospital psiquiátrico. Se trata de la implementación del espectáculo del terror como intento de control social: la barbarie del Otro gozador a cielo abierto. El 26 de abril de 2013 se ensancharon los muros del manicomio. No en vano Lacan decía que todo el mundo delira. Que no nos encierren en la perplejidad. 

 

* Psicoanalista. Ex integrante del dispositivo de Hospital de Día del Hospital Alvarez.

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