Naturalizar la muerte: la violencia policial en el Bajo Flores

2.5.2017

El hostigamiento callejero, los maltratos, las golpizas, las coimas y el armado de causas; las paradas extorsivas en las comisarías, las torturas y hasta las desapariciones son parte de la violencia policial.

Por Santiago Asorey

 

La problemática de los abusos policiales es uno de los aspectos de la violencia institucional recurrente en los barrios informales de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. En estos barrios, también denominados barrios populares -más precisamente en el Bajo Flores-, los docentes de la Escuela de Educación Media 3 del Distrito Escolar 19 de la zona analizan que los jóvenes desarrollan un vínculo con la muerte más cercano que el resto de la Ciudad, ya sean aquellos que fallecen muy jóvenes o quienes pierden a sus amigos y seres queridos a muy temprana edad. Desde la Secretaría de DD.HH. de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la Universidad Nacional de La Plata aseguran que “la policía actúa en los barrios más vulnerables como un ejército de ocupación y no como una fuerza al servicio de la comunidad”.

Griselda, docente de teatro en esta escuela, reflexiona en el extenso comedor escolar de la escuela, donde recibe a la cronista: “La relación con la muerte se vuelve casi cotidiana, porque tienen familiares muertos, amigos muertos, primos muertos, conocidos muertos. Nosotros tenemos en lo que va del año una seguidilla de muertes tremenda: la muerte de Cristian y antes estuvo toda la esquina del fondo donde estuvo Yiyo, Lucas, Luquitas, ahora hace 10 días mataron a otro pibe, a Huesito y a otro pibe que también subieron las fotos en facebook y aparecieron en Crónica”. Por la ventana se puede observar los grupos de adolescentes -mujeres y hombres- en el horario del recreo, charlando entre sí. Cada tanto se escuchan algunas risotadas estrepitosas.

Según la Campaña Nacional contra la Violencia Institucional “en los últimos 12 años murieron 1.893 personas en hechos de violencia institucional con participación de integrantes de fuerzas de seguridad; el 49% de estas personas murió por disparos efectuados por policías que estaban en servicio”. Otra estadística realizada por la agencia de noticias Paco Urondo declara que en lo que va del año 2016 fueron asesinadas diez personas en manos de agentes de la policía en casos considerados de gatillo fácil: Cristian Orellana (18) en el Bajo Flores (CABA), Brian Darío Romero (25) en Soldati (CABA), Diego Rivadero (33) en la Isla Maciel Avellaneda, Víctor González (37) en San Martín, Héctor Santiago Garialdi (38) en La Pampa, Víctor Emanuel González (17) en La Plata, Lionel Zacarías (20) en Berazategui, Roberto Ávalos (27) en Mar del Plata, Gustavo Germán Gerez Bravo (28) en Santa Cruz, Sebastián Daniel Briozzi (20) en Entre Ríos, entre muchos otros casos.

La violencia institucional se manifiesta en el abuso de poder, físico o psicológico, que ejercen las instituciones del Estado sobre personas o instituciones de la sociedad civil. La violencia policial es una de las maneras de ejercer la violencia institucional, con prácticas abusivas, violentas y discriminatorias. Tal como expresa el periodista y presidente del Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS), Horacio Verbitsky, este tipo de accionar responde a un “control de las clases sociales perjudicadas por la política del gobierno”. Los casos de violencia policial abarcan desde el gatillo fácil, hasta las demoras por averiguación de antecedentes sin motivo. “La relación con la policía es jodida, si te tienen que matar te van a matar. Si te ven haciendo algo malo o si te ven bardeando te van a dar. Cuando empezaron a aparecer los gendarmes en el barrio, nos agarraban y nos verdugueaban, nos pegaban por atrás, nos ponían contra la pared y nos tacleaban, o nos tiraban al piso y nos pateaban de a tres”, cuenta Facundo**, de 20 años, quien vive con su padre y su hermanito de 8 años en el Bajo Flores. Según relata, su rutina de todos los días es ir al colegio, estar en la calle, más precisamente en la esquina, para luego volver a su casa a estudiar y dormir.  Para él, estar en la esquina es estar ahí parado sin hacer nada. “Te voy a ser sincero, cuando era chiquito, a los 13, bardeaba con unos amigos. A uno lo perdí hace poco. Era como un hermano para mí. Se llamaba Cristian”, expresó Facundo, con una mirada de tristeza al recordar a su amigo muerto.

 

Precisión de GPS: el Bajo Flores.

 

El Bajo Flores se encuentra ubicado al sur de Flores, barrio porteño de la Ciudad Autónoma de Buenos aires y está delimitado por las avenidas Perito Moreno, Asturias, Varela, Castañares, que lo hacen vecino del barrio Nueva Pompeya. Sin embargo, el Bajo Flores es un barrio informal para el Gobierno de la Ciudad. Está conformado por el Barrio Municipal Presidente Rivadavia, el Barrio Presidente Illia y la Villa 1.11.14, habitados mayoritariamente por personas de bajos recursos. Allí, también se encuentra el conocido estadio del Club Atlético San Lorenzo de Almagro, denominado “Nuevo Gasómetro”. El barrio cuenta con el tercer cementerio abierto de CABA, denominado San José de Flores. 

Según un estudio realizado en el año 2015 por el Ministerio Público Fiscal a través de distintas Agencias Territoriales de Acceso a la Justicia (ATAJOs), aproximadamente el 6,5% de la población de CABA reside en villas de emergencia. La población de los barrios más pobres presenta una estructura demográfica diferente respecto del conjunto de la ciudad, ya que, por ejemplo, es mucho más joven. El 65% de los habitantes en asentamientos o núcleos habitacionales transitorios tiene menos de 30 años, mientras que en CABA este grupo representa menos del 40%. 

 

La muerte como algo natural: problemáticas que atraviesan los jóvenes en los

barrios populares

 

Los docentes y vecinos identifican que las principales problemáticas que atraviesan a la población que habita el Bajo Flores son la pobreza, la violencia institucional y el narcotráfico, profundamente relacionadas entre sí. Griselda remarcó que “lo primero que hay que discutir es el tema de la pobreza, después hay que discutir el tema del narcotráfico. En una comunidad que tienen manzanas enteras controladas por el narcotráfico, ¿cuál es la lectura que hace la clase política de esto, o la clase dirigente, o la clase judicial?, ¿por qué somos los militantes los únicos perejiles que estamos hablando de esto?”. La juventud que habita este barrio se encuentra atravesada por estas problemáticas que los definen, los configuran y los predestinan y que suele tener como destino final a la muerte, a temprana edad o la pérdida de familiares o allegados. “Los únicos mártires de la guerra entre el narcotráfico y el barrio son los pibes chorros, porque todos los demás brillaron por su ausencia; no hay política pública que lo haya abordado, no hay organización que se haya metido, no está la policía, no está la justicia”, agrega Griselda. 

El hostigamiento callejero, los maltratos, las golpizas, las coimas y el armado de causas, las paradas extorsivas en las comisarías, las torturas y hasta las desapariciones son parte de la violencia policial. “A Cristian lo mató la Policía. Fue a robar y mientras lo estaban corriendo, le dispararon y le dieron en la espalda. Me contaron que le pegaron un tiro y cuando llegó a la esquina, se subió a una moto rápido y se fue para el hospital. Pero no llegó, se cayó de la moto y murió”, relata Facundo y, mientras lo cuenta, tiene cabeza gacha y la mirada perdida. Evita hacer contacto visual y la tristeza le quiebra un poco la voz. Quizá sea una de las pocas veces que pudo expresar lo que sintió al perder a su amigo, y aunque la cronista es alguien extraña para él, relata con cierta confianza aquella pérdida que tanto lo marcó. Para Griselda, “la muerte acá se percibe como natural, no es la excepción. También hay una cuestión de ofrenda al muerto, de mucho respeto, porque la mayoría de los pibes que se mueren, que lo mata la cana o el narcotráfico, de algún modo se han jugado, han echado la carta. Algo de lo heroico aparece acá. Entonces se despiden con esos honores y con mucho dolor”.

Esteban Rodríguez Alzueta, docente, investigador e integrante del Colectivo de Investigación y Acción Jurídica, expresó en su nota para la revista La Tecl@ Eñe que “si es joven masculino y morocho, una persona está más expuesta a la denuncia social y la violencia institucional a que si es blanco; peor aún si es joven morocho y viste ropa deportiva con gorrita. […] Los prejuicios de la ‘vecinocracia’ referencian a estos jóvenes como peligrosos por el solo hecho de tener determinados estilos de vida y pautas de consumo. […] No hay brutalidad policial sin prejuicio vecinal. Los prejuicios de la ‘vecinocracia’ referencian a estos jóvenes como peligrosos por el solo hecho de tener determinados estilos de vida y pautas de consumo”. En este sentido, se plantea que la problemática de la violencia institucional en los barrios populares no es producto únicamente de la violencia policial, sino también de la discriminación y estigmatización que sienten los jóvenes que habitan estos barrios, entre otros condicionantes. Para Darío**, estudiante de la E.E.M 3 DE 19 y residente del Bajo Flores hace sólo 4 años, “usando gorra fuera del barrio te ven como un negro, no te ven como te ven adentro del barrio, saliendo es otro mundo. Son dos mundos distintos, y afuera no se ven las mismas cosas que  se ven acá”. 

En este marco, se produce un antagonismo social, que separa a esta “vecinocracia” de sectores medios de los habitantes de los barrios populares como el Bajo Flores y fundamenta la violencia policial y la violencia institucional. Las prácticas estigmatizantes  que se generan por parte de esta “vecinocracia” van desde el vocabulario que se utiliza para nombrar a los jóvenes de estos barrios, hasta los programas estatales como el denominado “Plan Unidad Cinturón Sur”, el cual consiste en el despliegue de 3000 efectivos de la Gendarmería Nacional y la Prefectura Naval en el sur de la ciudad de Buenos Aires, generando un tipo de cinturón retórico compuesto por las fuerzas de seguridad, que rodean y separan al sur del resto de los barrios porteños, compuestos mayoritariamente por la clase media-alta de la sociedad. De esta forma, se genera un consenso por parte de una porción de la sociedad sobre la necesidad de la violencia ejercida por la policía. “El tratamiento discriminatorio de las fuerzas de seguridad encuentra en los prejuicios de la vecinocracia un punto de apoyo. No hay olfato policial sin olfato social”, explica el integrante del Colectivo de Investigación y Acción Jurídica,

Los medios también construyen su aporte a la mirada estigmatizante. El diario La Nación publicó, el 24 de noviembre de 2016, una nota que ejemplifica lo mencionado: “Jóvenes y armados: cómo son los delincuentes bonaerenses”. Luego, describe: “Cometen el 85% de los delitos en el Conurbano; muchos toman drogas”, “A algunos de ellos parece ya no importarles nada. Y lo pagan sus víctimas.” Para Facundo, “nos ven como una basura. Los comentarios que hacían cuando los canas viralizaron las fotos de Cristian en la morgue decían: ‘hay que matar a todas esas ratas’ ¿sabes que bronca tenía cuando leía eso? Nos ven muy diferentes. Somos una sociedad de mierda. No podes decir que sos del barrio, tenes que mentir y decir que sos de otro lado porque si no te ven como un villero más”. Por su parte, Rodríguez Alzueta sostiene que “los jóvenes, por el solo hecho de ser jóvenes, siguen siendo uno de los actores más vulnerables para sacrificarlos y purgar nuestras culpas y resentimiento. Los ‘pibes chorros’ son las víctimas favoritas de una sociedad que no quiere mirarse de frente y sigue buscando la paja en el ojo ajeno”, cierra el investigador.

** Los nombres de los jóvenes fueron cambiados para resguardar su identidad.

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